//-¿Cómo consigues seguir adelante?
- ¿Y qué voy a hacer?//
Isabel Olaz
El aprendizaje a través del dolor es un concepto erróneo: el dolor se limita a hacer daño. Para extraer una enseñanza del dolor es necesario un arduo trabajo posterior que consiste en abstraerse de la identificación con ese sufrimiento.
La persona que padece el problema debe desarrollar una percepción extracorpórea, teniendo en cuenta las características de su propio organismo y las secuelas que la enfermedad ha producido en su orientación vital.
El/La sujeto debe identificar la distancia entre el problema y su yo real utilizando medidas no convencionales, abriendo su mente a la creatividad necesaria para favorecer esa relación innata corporalidad-alma-yo que los occidentales perdemos con la educación moderna.
Se trata de ir alcanzando crecientes grados de percepción sobre sí misma/o; sobre lo que se es y lo que no se es. Tomar medidas para admitir que ésto es lo que hay, y aprender [[QUÉ ES EL DOLOR]].
¿Qué es el dolor?
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El dolor es, ante todo, soledad. Una soledad extraña y cruel, porque aúna dependencia y aislamiento.
El dolor es también un recuerdo constante de nuestra fragilidad y una fuente incansable de un sentimiento de injusticia, porque nunca se vive el dolor como algo merecido.
Nací con un problema físico que en su día fue reconocido con un 43% de discapacidad. En la actualidad y tras los recortes aplicados por el gobierno, no creo que me consideraran siquiera merecedora de una valoración: las manos sanadoras de la Troika han conseguido que hoy en día ya nadie sea minusválido.
Tardaron unos meses es darse cuenta de que mi cuerpo no era normal. Mi inclinación hacia la izquierda no viene, como la de gran parte de este país, tras varios gobiernos de “centro” derecha; en mi caso es algo innato. Tras decenas de fallidos intentos de gateo que terminaban con mis rechonchos brazos desparramados por las baldosas de la izquierda (siempre la izquierda), mis padres decidieron acudir a esa primera consulta del especialista a la que los padres se dirigen felices, seguros, inconscientes, pensando en recibir [[UN DIAGNÓSTICO]] tranquilizador que les confirme que su hijo es normal.
No fue el caso de mis padres. Se aferraron a la propuesta de una operación que, al curarme, los librase de la agonía que causa el sufrimiento de un hijo. Pero esa operación resultó la más leve de una serie de [[BARBARIDADES]] que los tendría en vilo durante años.
//Eva se levantó con una ligera excitación en la boca del estómago, como cuando de pequeña acudía al oftalmólogo deseando que le pusieran gafas para convertirse en el centro de atención en el colegio. Al haber tenido una vida libre de tragedias se consideraba inmune a los grandes males, y los que veía a su alrededor le evocaban cierto romanticismo; por eso aquella citación prematura por parte del médico no le causaba más que una sutil inquietud. Con veintiocho años y un físico imponente pisaba con fuerza el linóleo del pasillo de consultas del hospital.
Con el dedo apuntando a un dibujo indefinible sobre la pantalla del ordenador, la doctora le sentenció el diagnóstico. El cuerpo de Eva se estremeció, su saliva decidió huir por la vía que no era y su risa atónita quedó interrumpida por una tos descontrolada. Cuando se recuperó volvió a recibir la misma noticia con las mismas palabras, acompañadas esta vez de condolencias por parte de aquella bata blanca de semblante entre sobrio y melancólico.
Diez minutos después Eva arrastraba las suelas de sus zapatos hacia la puerta de la consulta. Dejó atrás sombras grises clavadas en bancos de espera y salió a la calle, donde ante una ofensiva luz primaveral sus ojos comenzaron a escupir lágrimas. Eva hizo cuentas de todo lo vivido y de sus planes futuros y pensó que debía de haber un error: “esto no puede estar pasando; no a mí”, repetía con una insistencia de vagabunda loca.
Desde entonces y hasta ahora, Eva ya no es Eva. Sigue desconcertada ante lo que ve cada mañana en el espejo; esa nueva persona que ha sustituido a la anterior, que ha conseguido matar lo que la otra iba a ser y lo ha inundado todo de una vida no buscada. “Un día de estos acabaré con esa intrusa”, murmura entre dientes mientras mira a su reflejo, desafiante, Gillette en mano.//
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EXPERIMENTOS MÍSTICOS
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La cuna del Opus Dei es mi ciudad. El fundador de la orden, José María Escrivá de Balaguer, //huyendo de la sangrienta persecución religiosa por parte de los republicanos//, su biografía dixit, fue acogido aquí, en Pamplona. Antes de irse nos dejó ese gran legado llamado La Obra: una organización sectaria con tanto poder como para mover los hilos del Vaticano y construir junto a mi casa la megalópolis del Bien, dentro de unos magníficos edificios donde se alojan una universidad y una clínica. MI clínica.
Este lugar fue una segunda casa en mi niñez, y mi especialista el doctor Bergara acabó siendo el “tío Bergara” tras tantos años de relación. Supongo que en horas reales lo que digo puede resultar exagerado, pero en mi cabeza las experiencias vividas allí copan la mayor parte de mis recuerdos. Abarcan también el tiempo más allá de las paredes del hospital, e incluso experiencias imposibles de recordar por mi corta edad, como el uso de una cuna de yeso ondulada a la que me ataban de pies y manos cada noche para intentar modificar mi forma original.
Pasados los años y otras tantas operaciones, tuve una recaída. Volví a ver a mi médico, guiada por la misma esperanza inocente que acompañó a mis padres en su día. Codos sobre la mesa y sonrisa satisfecha ante su obra –he resultado ser un fabuloso ejemplo de artesanía ortopédica; una pieza de arte [[CYBORG]]-, el tío Bergara me enseñó fotos de unas personas con problemas físicos parecidos al mío. Eran africanos y todos provenían de familias pobres, en barrios humildes de países expoliados. Me contó, como cualquier tío relata sus aventuras a su sobrina, el trabajo que hacía con estas personas. Supuse que, en su labor humanitaria, experimentaban con ellas, pero no comprendí por qué me lo contaba. Me hizo sentir mal; entonces caí en la cuenta de lo que él pretendía. Acerté cuando le pregunté si me enseñaba esas fotos para consolarme con el mal ajeno. Mantuvo una sonrisa complaciente y preguntó si me sentía mejor. Le dije que no y conseguí mantener las lágrimas quietas.
Ese día reconfirmé algo que ya había aprendido sobre la profesión médica: son operarios soberbios de uniforme inmaculado con una falta de sensibilidad que puede rozar la sociopatía. Su opinión quedó bien clara: es una suerte haber nacido en un país de Europa en los años 80. Unas décadas antes me habrían encerrado en la buhardilla. Uno kilómetros más al sur habría dependido de la bondad de los experimentos del Opus. Soy una afortunada, esto es lo que hay: [[NATURALEZA HUMANA]].
¿CUÁL ES LA NATURALEZA HUMANA?
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No consigo decantarme por el buen hombre de Rousseau o por el lobo de Hobbes; he aprendido que el ser humano es capaz de hacer daño cuando su ego se debilita y sus inseguridades lo dominan, pero no sé si todo esto, junto al hecho de atacar cual perro rabioso, es consecuencia de una cultura heredada o de un retorcido instinto de supervivencia según el cual la mejor defensa es un buen ataque.
“Desde que soy adulta eres la primera persona que utiliza mis problemas de salud para atacarme. Eres un auténtico hijo de [[PERRA]]”.
Por fin había sucedido. Tras años de inquietud y miedo al momento Hiroshima, éste llegó. La crueldad de los insultos del colegio se repitieron de un modo más maquiavélico y sutil. Más adulto.
Little boy es el nombre con el que bautizaron al artefacto que destrozó la ciudad nipona, y dulce e inocente parecía el tipo que me lanzó aquellas palabras mágicas. Las consecuencias de esos insultos no fueron inmediatas, pero se expandieron en el tiempo cual bomba atómica. Hasta el día de hoy.
Por eso estoy aquí, escribiendo para paliar todos los daños causados por semejante hijoputez. Tenía que empezar por alguna parte, poner todo en orden y acabar con el zumbido del desasosiego. Para entender que por fin el momento llegó y pasó. Ha sido duro, pero no tanto como pensaba. Asumo que esto es lo que hay, como buena [[LUCHADORA]].
//Mi mirada absorta en las baldosas de tu porche; entre las juntas, el espeso discurrir de la sangre de tu perra. Dulce melodía, es el crujir del cuello del animal.
Su cuerpo resulta ligero cuando lo traslado a tu habitación; la cabeza bambolea rítmica al compás de mis pasos. Sus ojos caninos congelados mirándome fijamente desde tu almohada producen cierta ternura, inocentes, cándidos, a la espera de que los descubras cuando regreses.
Espero paciente, tras el árbol que hay frente a tu casa. Te imagino ahora en el bar de siempre, brazo apoyado sobre la barra y esa actitud característica de los que se saben malos, postura entre jotero y pistolero. Oigo esas risas fatuas y socarronas que soltáis los hombres cuando estáis rodeados de hombres. Siento cierta nostalgia y mucho, mucho odio.
¡Ahí llegas! Te tambaleas. Mi corazón se acelera. Cruzo los dedos pero no hay suerte: caes borracho, ridículo, en tu jardín. Yo caigo dormida, derrengada. Tendrán que pasar varias horas para que, reavivado, te adelantes a la luz del amanecer y sea tu grito histérico y aterrado el que me despierte del frío sueño, dándome la bienvenida a este nuevo gran día.//
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UN NUEVO DÍA, UN DÍA MÁS
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Te despierta por la mañana el beso de alguien que te quiere. Te desperezas con la sensación cálida de las mantas y esa voz cariñosa. Pero la conciencia va haciéndose paso entre legañas y bostezos, hasta ser totalmente presente: “prepárate para otro día más”. El bolo se adelanta al desayuno y ocupa todo tu estómago dejando poco espacio al colacao.
Llegas al colegio con ansiedad y una sonrisa. Es viernes y el último día antes de las vacaciones de Navidad. Pasas ante un grupo de chicos y ninguno de ellos se gira para mirarte discriminadamente, de arriba a abajo, como hacen siempre: primera prueba superada. Saludas a las dos rubitas de la clase y hoy ninguna de ellas te ojea de soslayo conforme caminas a su lado. Tras sobrellevar los primeros escollos triunfal, llegas a clase y dejas tu mochila sobre la mesa, feliz. Hoy quizás las cosas sean diferentes, ¿por qué no?
El día se plantea insuperable: comienza con educación física y termina con un festival de villancicos por parte de los alumnos de infantil. Estar exenta de gimnasia te permite intimar con personas que habitualmente te miran desde la lejanía. Todas ellas, tratadas una a una, resultan agradables. Si además tienes la suerte de que ese día el chico que te gusta arguye un catarro para no hacer nada y se sienta a tu lado, puede que estemos hablando del día perfecto.
El chico habla contigo sin parar. Quiere que le pases una nota a tu mejor amiga. Tú vas a tener que esperar un año hasta que te quiten el aparato actual, te pongan uno nuevo algo más discreto y esa nota sea para ti. Ahora mismo aprietas una mandíbula contra otra y estiras las comisuras de los labios hacia las orejas. Asientes e intentas seguir riendo sus gracias.
De nuevo en clase, la excitación pre-vacacional se huele en el ambiente. En los pasillos es palpable, y en el viejo auditorio se puede mascar. Roza la histeria. Sin que te des cuenta, los chicos malos del curso superior han sido colocados en la fila de atrás. Hubieras preferido no advertir su presencia, pero ya es tarde. Regresa el miedo, la ansiedad del despertar, pero no dura más de cinco minutos. A menudo es peor el miedo que la causa del miedo.
Comienzan los ataques y te dispones a sacar las uñas, ya afiladas por el uso repetido en peleas salvajes. Sabes que cuando se trata de los mayores, de uno en especial, hay que poner más rabia que nunca. Te concentras en dejarte llevar y saltas hacia él buscando [[VENGANZA]], pero él ya ha adoptado una posición de ataque profesional; consigue esquivarte, devolverte el golpe, vaciar un cartucho de tinta azul sobre ti y terminar de humillarte con un insulto sobre tu físico. La gente mira y no hace nada –si tienes suerte y no optan por reír-. Tus amigas te hacen un hueco junto a sus butacas pero no dicen nada. Sabes que se sienten incómodas. Sientes que preferirían que no estuvieras.
Las expectativas no se han cumplido, hoy ha sido otro día más. Vuelves a casa sorbiendo mocos y lágrimas porque te cuesta aprender que esto es lo que hay :[[MENS INSANA IN CORPORE INSANO]].
//Mississipi 58, Mississipi 59, Mississipi 60. Oh, sí… Aquí están las campanadas de la iglesia. Salid de vuestra masonería legitimada y venid a mí, feligreses. Dejad que os libere de tanta palabrería insulsa, permitid que os abra la verdadera puerta del cielo. Porque yo soy vuestro salvador, liberador de almas que vagan perdidas entre despertadores inquisidores y repiques eclesiásticos. A ritmos de disparos secos yo os guiaré en el camino; danzando la melodía de mi fusil os conferiré la visión de Dios.
Qué frágil resulta vuestra corporeidad desde esta azotea, con qué velocidad os liberan de ella mis balas, aves que anuncian mensajes prometedores de un futuro superior. Qué placer intuir su recorrido a través de vuestra epidermis, rebasando capas de grasa saturada y músculos reblandecidos para llegar así a rescataros de tan aborrecible cárcel corpórea.
Volad, espíritus liberados. Subid al cielo y contad al Señor lo sucedido. Habladle de mi buen hacer y de los resultados de mi gloriosa acción. Preparad el cielo para mi llegada, que las puertas sean abiertas de par en par para recibir a este benefactor. Pronto acudiré a sentarme a vuestro lado. No ansío vuestro grato fervor; la compañía que en vida me habéis negado, resultará entonces suficiente.//
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SOMAPSICÓTICO
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El tío Bergara era un gran todólogo –especialista en todo, como buen médico- y aconsejó a mis padres no enviarme al psicólogo. “¿Para qué?” Mis padres no pudieron reaccionar: la capacidad intelectual de una persona pensante a veces desaparece ante reacciones grotescas carentes de lógica.
La infancia no tan fácil dio paso a una pre-adolescencia algo auto destructiva, mezcla de unas malas amistades, una peligrosa curiosidad y el poco apego a mi integridad física. Pero el apoyo familiar y mis nuevas amigas me guiaron hacia una adolescencia brillante. Fueron seis maravillosos años de hiperactividad mental con un físico que, finalmente libre de aparatos, pasó a convertirse en algo bello. Seis años de anormalidad en el que volví a salirme de la media, pero esta vez por superarla.
La dicha terminó a los veinte años. Dicen los psicólogos que, de una manera inconsciente, nuestra mente espera a que nos encontremos con fuerza para explotar en el momento en el que tenemos recursos. En mi caso fue exactamente así, y doy gracias por ello. No me veo capaz de haber aguantado en la infancia todo lo que llegó en la universidad.
Un ataque de ansiedad es algo horrible. Llegar a tener dos al día es inhumano. La sensación de ahogo al no poder respirar o las palpitaciones son llevables, pero las pesadillas, el temor a volverse loco y, sobretodo, el miedo a no saber cuándo va uno a volver a entrar en pánico… Todo esto aunado con una depresión de caballo consigue llevar a cualquiera al planteamiento del [[SUICIDIO]]. No como una huida rápida e inmediata. Se puede llegar a pensar racionalmente en los pros y contras de vivir así, y entender que en caso de no haber un fin para semejante tortura, es mejor descansar en paz.
En esos casos hay que reaccionar rápido, y eso es lo que hicieron mis padres salvadores. Un año drogándome legalmente y cuatro de terapia con una gran psicóloga me salvaron del pozo. Aprendí a conocerme, a cuidarme, a entenderme. Y por supuesto, a asumir que esto es lo que hay: [[RECAÍDA]].
//MALA PUNTERÍA
La gravedad azarosa depositó mi cuerpo sobre la cabeza del vagabundo, lo que originó un despertar brusco al mejor momento de mi vida: el regalo de una segunda oportunidad para perseguir nuevos estados de felicidad o, en su defecto, para tener mejor puntería.//
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TODO VIENE Y SE VA. TAMBIÉN ESTO PASARÁ.
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Un nuevo especialista responde a mis quejas por el azote de un nuevo dolor insoportable: “Es inaudito que intentes llevar la rutina de una persona normal: estás limitada por tu problema, no solo crónico sino también degenerativo. Sería aconsejable que redujeras tu jornada o intentaras dejar de trabajar.” “¿Y de qué voy a vivir?” “Es cierto; lo inteligente sería comenzar a solicitar una invalidez”.
Carta dirigida al tribunal médico tras una recaída fulminante a los 33 años:
Pamplona, 27 de abril de 2012
A la atención del Tribunal Médico:
Les hago llegar esta carta junto a mi historial médico, las radiografías y el último informe del doctor Méndez, el especialista que me trata hoy en día.
Trabajo desde mis años de universidad, y desde el principio he tenido la suficiente fuerza y ánimo como para llevar una vida normal; a pesar de esto o precisamente por esto, el dolor ha ido en aumento a lo largo de los años: en intensidad, en zona afectada y en cantidad. Mirándolo desde el presente pienso que quizás haya hecho más cosas de las que debía, esfuerzos que han acelerado mi deterioro; pero lo hecho, hecho está, y los resultados son los actuales.
Sé que su labor es la de juzgar una capacidad laboral y, en mi caso, una posibilidad física para trabajar. En mis 33 años [[JAMÁS PENSÉ]] que mi salud fuera a empeorar con esta rapidez. Imaginaba que mi vejez corporal se adelantaría bastante, pero no que este declive fuera a comenzar tan pronto. Entiendo que el estado emocional no influye para nada en su decisión, por eso no voy a entrar en este tema.
En la actualidad tomo la siguiente medicación:
- Celecoxib 200 mg. La cantidad habitual es de 1/día, pero suelo llegar a 4/día en función del dolor.
- Gabapentina 400 mg. 1/día. Con este medicamento sustituí la Lyrica porque me causaba mareos.
- Myolastan. 1/día. Después de ingerir esta cantidad durante meses últimamente estoy intentando dormir sin tomarla, por la somnolencia que me ha dado todo este tiempo.
- Adolonta 100gr./ml. 4 dosificaciones x 3/día
- Además de esta última medicación, la unidad del dolor también me proporcionó un Tens.
Todo este conjunto de medicamentos no acaba con el dolor, y si los médicos a los que he acudido están en lo cierto, va a empeorar. Espero que tomen esto en consideración.
Atentamente,
L.B.
La contestación del tribunal fue negativa. La única solución posible era intentar aprender un nuevo oficio, reinventarme profesionalmente y admitir que esto es lo que hay: [[LA CONSECUENCIA DE LA CAUSA]].
//La otredad es reconocerse en la soledad. Llorar y darse cuenta de que algo (otro) dentro de uno mismo, es el único escuchando.
El primer día que percibió unos llantos lejanos quedó sorprendido, aturdido. Tras cuatro meses hundido en el sentimiento de orfandad que produce la pérdida de una madre, había despertado con una sensación de serenidad olvidada. La ebullición del café ascendía, y conforme sus ojos quedaban absortos en la cafetera comenzó a notarse más ligero y muy, muy distinto. Se sintió volar, elevarse hacia el techo de la cocina, y pudo observarse desde ahí arriba. Se miró y sintió compasión de lo que veía. Tomó aire, y de manera inversa a un globo aerostático, tanto más fuertes eran sus inspiraciones más rápido descendía. Volvió a ese cuerpo encogido sobre los fuegos de la cocina y lo enderezó. Le dijo unas palabras de consuelo y prometió cuidarle el resto de su vida, igual que antes lo había hecho su madre.//
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//-¿Qué tal estás?
- Hmmmmmmmmm... Bien. Aprendiendo.//
Amaya Ariztegui
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Muchas veces la consecuencia de algo negativo acaba siendo positivo. Es el sabio “por algo pasan las cosas”. La excepción a este bendito patrón suele estar en el tema de la salud y la muerte. No es mi caso. Mi reinvención laboral forzosa derivó en un nuevo trabajo que adoro donde puedo regular mi tiempo y mi cuerpo, y en el que mi mente se enriquece más que nunca.
Gracias a todos mis aprendizajes vivo ahora una buena situación. Además de ese trabajo tengo un hijo maravilloso que ha aguantado más de una vez mi rabia acumulada y mi espontánea mala leche contra este mundo hostil. La rabia nunca era contra él y mi mundo no es tan hostil comparado con el de otros. Pero ya lo he dicho, los miedos pueden ser peor que la realidad, y mi querido hijo lleva parte del peso de mis temores a sus espaldas. Mi hijo sensible y valiente, que me abraza, me besa y se ofrece a cuidarme cuando el dolor aumenta.
Pero para saber apreciar estas suertes hay que salir del miedo y aprender a mirar. La medicina tradicional nunca me proporcionó esa visión, así que después de la recaída no me quedó más opción que seguir aprendiendo. Así llegué a la masía y descubrí que se puede [[VIVIR DE OTRA MANERA]], y que la solución está en mí. Es jodidamente difícil encontrarla, pero está en nosotros.
La masía es más que una casa en el campo catalán. Representa todas las prácticas que de una manera u otra nos descubren otra dimensión de nuestras vidas y nos ofrecen otras respuestas a las mismas preguntas que hacemos en hospitales y divanes. Muchas veces más reconfortante, para qué mentir, y por eso más deseable, claro está. Aprendí a respirar, inhalando lo positivo y expulsando parte de mis males. Me visualicé en fracciones de colores que emanaban energía al mundo hostil y lo convertían en algo mejor; abrazaba así a ese enemigo que había sido todo lo demás y liberaba mi interior del bolo que todos los días de mi vida había gobernado mi estómago. No desapareció para siempre, pero descubrí por primera vez la felicidad de mirar al mundo desde la serenidad.
La desesperación y los miedos todavía consiguen que más de una vez quiera convertirme en huevo, pero sé que hay otra opción: 111 centímetros de cicatrices en un cuerpo pueden representar la cerradura del dolor o devenir en aberturas hacia el aprendizaje, cuando admitimos que esto es lo que hay: [[MEDIDAS DIDÁCTICAS: 111 cm. de aprendizaje]]
//SAN VALENTÍN
Abre los ojos con fuerza, se le pone cara de loca sorprendida. Intenta despertar de estos años de aturdimiento en los que ha vivido por, pero y para su hombre. Mi exhombre, piensa. El hombre mediocre, medita. El nuncahombre, reflexiona. Esboza una lacónica y triste sonrisa.
Se recuerda respirando, bailando, riendo y gritando, estudiando, suspendiendo, aprobando, celebrando. Ignora en qué preciso momento su mundo dejó de ser suyo. No el día de la boda, seguro. Tampoco un mes después. Quizá a los dos hijos y medio, cuando la imagen del culo peludo de su nohombre golpeando las caderas huesudas de su vecina provocó la huida de aquel feto, que viendo el panorama decidió sabiamente devenir en nada, siguiendo los pasos de su nuncamadre. Pero no, tuvo que perderse antes. En un punto intermedio debió de comenzar aquel proceso oculto, disfrazado por un discurso burgués de igualdad en el que ella bailó a los torpes pasos de él, y rompió las cadenas de ese trabajo en la oficina que tanta libertad le había ofrecido, y cedió su cuerpo a la procreación de la especia humana, y quedó relegada al último puesto de sus propias prioridades.
Pudo haber identificado la falta de logros personales en cualquier momento, pero el segundo plano llegó a resultarle cómodo. Una escena fugaz la sacó de esa caverna en la que había devenido su antiguo hogar, guarida de aquel supuesto guerrero. Volvió a abrir los ojos para obligarlos a acostumbrarse a la luz. Cogió con firmeza el bolígrafo y firmó los papeles del divorcio, en Bilbao, a 14 de febrero del 2016.//
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//Excéntricos. Siempre excéntricos. Ya ni recordamos que las primeras rarezas fueron solo tontas llamadas de atención -una camiseta, un bigote imposible- para convencernos a nosotros mismos de nuestra especial existencia, de nuestra independencia. Ahora somos viejos, algo más sabios, honesta y socialmente aceptados como raros, desordenados; y pensamos "somos libres", mientras me sacas de la silla de ruedas para sentarme en el Tren Chuchú.
Te encajas el sombrero de alas como un casco de fórmula 1 y comenzamos a rodar hacia la oscuridad en un traqueteo entre gritos de niños y bocinas estridentes.
La hija del feriante, bajo su vieja careta de bruja con la que ya no asusta a nadie, retrae y guarda su escoba-maza al percatarse de nuestra edad. Reaccionas enérgicamente y veloz a su no ataque, y como siempre, extravagante y libre, le arrancas la escoba al grito de "mojigata ". Le atizas con él como un loco; yo río como otra loca. La malvada bruja huye ante las risas de los niños.
Nos damos la mano -tu callosa mano derecha, mi venosa mano izquierda- y rememoramos con un apretón todas las locuras vividas que hacen que nuestra existencia adquiera sentido.
Con mil globos en el corazón, sonrisas bobas, locas, nos descubre la luz al final del túnel. Me sacas del tren y con exquisito cuidado me dejas en mi silla. En nuestras miradas redescubrimos lo que fuimos más allá de las arrugas acentuadas por la risa. Embriagados de amor pasado, presente y futuro, volamos por toda la feria subidos a mi silla loca, mágica, de ruedas al grito de ¡¡chuchú…!!//
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